En ella se encuentran las dos tradiciones arquitectónicas de la época: la planta basilical, latina y occidental, y la planta centralizaba griega y oriental.
Los arquitectos elegidos por Justiniano eran Artemio de Tralles e Isidoro de Mileto, que reconstruyeron la basílica de Constantino, derribada por un terremoto.
El edificio posee un patio exterior comunicado con el Nartex, abierto a una planta, casi cuadrangular, con tres naves logitudinales. En la mayor de ellas se sitúa la cúpula.
El uso de las pechinas, triángulos esféricos, hizo posible que el espacio central se cubriera con una cúpula. Esta está a 42 metros de altura y tiene 38 metros de diametro. Para aligerar su peso en el arranque hay una corona de vanos y un sistema de medias cúpulas que deriban el peso hacia el exterior y hacia unos contrafuertes de las naves laterales.
El muro de ladrillos es de 60 centímetros de ancho. Las naves se separan por arquerías de medio punto. Sobre los capiteles se encuentran los cimacios (una moldura troncopiramidal invertida). Sobre la nave lateral se abre un espacio, llamado trifório, habilitado para las mujeres.
En la arquitectura bizantina se produce un contraste entre la ausencia de decoración y el "Horror vacui" del interior. Los muros y las bóvedas están decorados con mosaicos. La decoración interior tiene tres niveles: la representación del nivel mundano en los capiteles y los zócalos; Los santos, los patriarcas y los emperadores en la parte superior del muro, y la representación divina en las bóvedas y la cúpula.
Aparte de Santa Sofía, Bizancio levantó otros edificios basilicales en Italia.
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